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La genuina Fiebre de la Ginebra

Todos nos hemos dado cuenta ya, de largo, de que la ginebra está de moda. Los consumos y las marcas se han multiplicado en los últimos años. Se podría decir incluso que hemos vivido y vivimos todavía una locura, una fiebre de la ginebra. Pero esto no es nada comparado con la genuina Fiebre de la Ginebra que conoció Inglaterra en la primera mitad del siglo XVIII.

Lo que la Historia ha dado en llamar Gin Craze fue un periodo de consumo desaforado de ginebra desarrollado más o menos entre 1720 y 1750. En aquellos años, los ingleses (y en especial los londinenses) de todas las extracciones sociales se aficionaron en masa a la ginebra, lo que llegó a constituir un problema de orden y salud pública, al albur de precios, modas y legislaciones de diverso pelaje.

El famoso grabado de la Gin Lane y la Beer Street.

Todo comenzó cuando, a finales del siglo XVII, la dinastía holandesa de los Orange, en la persona de Guillermo III, llegan al trono inglés. Con el afán de contrarrestar la popularidad del brandy francés en Gran Bretaña, el gobierno promovió la fabricación y consumo de jenever, por entonces recién llegada de Holanda. La madre de lo que en Inglaterra se convertiría precisamente entonces en Geneve o gin.

Casi de repente, todo el mundo se puso a beber ginebra como si no hubiera un mañana: unos 10 litros por persona y por año.

El problema es que a los ingleses les gustó demasiado el nuevo y fuerte destilado. De las clases altas, la moda se extendió a las clases populares, sobre todo debido a la bajada del precio de los alimentos, que permitía a casi cualquiera darse algún homenaje de vez en cuando. Su consumo proliferó tanto que sus efectos pronto alarmaron a las autoridades.

El gobierno quiso contraatacar el vicio y sus excesos con leyes restrictivas que sólo provocaron la aparición de cientos de destilerías clandestinas que producían ginebras de ínfima calidad. Los desórdenes, violencias y demás males morales aumentaron todavía más, sin que las campañas anti-ginebra tuvieran demasiado éxito entre las llamadas “clases bajas”, que se entregaban a todo tipo de excesos inspirados por la ginebra.

Sólo cuando el gobierno decidió abaratar las licencias y privilegiar las ginebras de una cierta calidad se consiguió frenar la fiebre. También, se dice, porque el precio del grano, y en consecuencia el de los destilados, subieron enormemente. Una nueva forma de beber ginebra se implantaría a través de los Gin Palaces victorianos. Pero esa es otra historia.

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